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El FMI alerta de que las Bolsas no están teniendo en cuenta los riesgos del cambio climático

Las Bolsas se han desligado temporalmente de la macroeconomía. Pese a la cascada de malos datos económicos, los principales parqués mundiales han recuperado en las últimas semanas buena parte del valor perdido en el batacazo de los primeros días de pandemia. La inundación de liquidez y la expectativa de una mejora tangible en la crisis sanitaria —que ya estamos viendo— ha sido suficiente para alejar los peores presagios y dar alas a una remontada parcial. Pero en un plazo más largo es otra la asincronía que preocupa al Fondo Monetario Internacional (FMI): el valor actual de las cotizadas no está reflejando los riesgos del cambio climático. La pandemia pasará, pero el calentamiento global permanecerá.

“La mayor frecuencia y severidad de los desastres causados por el cambio climático es una amenaza potencial para la estabilidad financiera”, subrayan los técnicos del organismo en un estudio publicado este viernes. Y en las Bolsas, “un segmento clave” en la arquitectura financiera global, esos riesgos apenas están dejando huella: 2019 fue el año de explosión de la causa ambientalista, que echó raíces en amplias de la capa de la sociedad y logró un grado de compromiso nunca visto, pero los parqués navegaron prácticamente ajenos a ese movimiento. “Las valoraciones agregadas de las acciones no parecen reflejar los riesgos físicos en varios escenarios del cambio climático”, atisban los economistas del Fondo en un capítulo de su informe de estabilidad financiera global dedicado íntegramente a esta cuestión. Solo hay que ver lo ocurrido en los selectivos estadounidenses, que fueron de récord en récord hasta la llegada del coronavirus. “Una mejor medición y divulgación de la exposición [de las empresas] a los desast
res climáticos son necesarias para que las valoraciones incluyan los riesgos» derivados de la emergencia ambiental, explica el FMI en su informe.

La señales son abrumadoras. La temperatura media global ha subido en 1,1 grados desde los niveles preindustriales, al calor —nunca mejor dicho— del aumento generalizado de las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero lo peor está aún por llegar si no se produce un giro de 180 grados en la senda de los próximos años: de seguir el camino actual de mitigación, mucho más lento de lo que recomienda la comunidad científica, los mercurios subirán hasta tres grados a finales de este siglo, con fenómenos meteorológicos cada vez más extremos “que pueden tornarse en desastres que provoquen pérdida de vida y de capital, así como disrupciones en la actividad económica”.

La secuencia no es nueva: se vio en el huracán Katrina, que asoló la ciudad de Nueva Orleans (Estados Unidos) en 2005. O en el huracán María de 2017, que causó daños en Dominica equivalentes a dos veces su PIB. Sin un cambio de rumbo, las pérdidas anuales calculadas en las ciudades costeras superaría el billón de dólares (el equivalente al PIB de los Países Bajos), frente a los 60.000 millones de dólares (el PIB de Costa Rica) en un escenario en el que se acometiesen inversiones para adaptarse al nuevo entorno y manteniendo constantes —en los niveles actuales— las probabilidades de inundaciones marítimas.

“Valorar los riesgos climáticos futuros es extremadamente difícil, dadas las grandes incertidumbres en torno a las proyecciones de la ciencia climática y el costo económico de los peligros pronosticados”, reconocen los técnicos del FMI. Pero también es algo necesario: quienes invierten en Bolsa, admite el documento, “no parecen estar prestando toda la atención que merece al aumento de las temperaturas, lo que sugiere que tampoco están prestándole toda la atención necesaria al cambio climático”. Esa contradicción resulta especialmente evidente en el caso de las empresas con intereses en mercados emergentes o en vías de desarrollo, donde la severidad del golpe climático se antoja significativamente mayor.

Los fondos de inversión que se rigen por criterios de sostenibilidad, que prestan más atención a los riesgos climáticos y tienen las miras puestas en horizontes temporales mucho más largos, siguen siendo una mínima fracción del total. Y los inversores individuales “se enfrentan a un desafío informativo desalentador”: sobre la base de los escenarios climáticos trazados por los científicos, deben tratar de adivinar el impacto sobre las acciones que tienen en cartera o en las que piensan invertir. En la maraña de complejidad y escasa información proporcionada por las propias empresas sobre su exposición a los riesgos climáticos, a los técnicos del FMI no les sorprende que las valoraciones actuales no reflejen esa nueva fuente de incertidumbre empresarial. Pero el resultado es nítido: “Las valoraciones bursátiles no reflejan este riesgo y, por tanto, los inversores en renta variable pueden estar prestando una atención insuficiente a las variables climáticas”.

Con todo, la brecha entre riesgo climático y mercados de valores dista mucho de ser una novedad. En el último medio siglo, los grandes desastres (huracanes, pero no solo: también tormentas, inundaciones, olas de calor y frío o incendios) han tenido un “impacto modesto” en los índices bursátiles y, en particular, en los títulos de bancos y firmas de seguros, el nicho al que —por fundamental— más debería golpear. Y en no tantos años, todo apunta a que este vínculo se volverá mucho más estrecho, a medida que la recurrencia y la fuerza de este tipo de tragedias naturales y humanas aumenten y las pérdidas socioeconómicas sean “significativamente superiores que en la historia reciente”. Si el principal objetivo de los inversores es anticiparse al futuro, en este punto están claramente marrando: la miopía empieza a ser acusada.

Fuente: El País